¿Cuántos planetas os han dicho en el cole que tiene el Sistema Solar?. ¿Nueve?, ¿o puede que ocho?, porque Plutón ya no es un planeta. Seguro que en vuestros libros aparecen Mercurio, Venus, La Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno,… y Plutón (perdón, éste ya no, upss).
Pues, resulta que en esa lista falta uno, uno que desapareció hace muchos, muchos, muchos años y del que hoy nadie se acuerda. Si queréis escucharme, os contaré la historia que se ha querido mantener tanto tiempo en secreto. La historia del planeta Sarampión.
Sarampión estaba situado justo entre La Tierra y Marte y se podía ver desde la superficie terrestre casi tan bien como vemos la Luna. Mientras que nuestro precioso satélite brilla con su blanco resplandeciente, Sarampión aparecía, de día y de noche, de color beige con enormes manchas rojas de tamaños diversos. Realmente, era como si fuera un planeta enfermo, enfermo de sarampión.
Los telescopios más avanzados no encontraban ninguna pista sobre los materiales de los que estaba compuesto el planeta más cercano a La Tierra y ni los mejores científicos daban con la clave.
Finamente, la tecnología aeronáutica permitió construir un cohete lo suficientemente potente para llegar a Sarampión con dos astronautas a bordo: Yurita Gagami y Verso Fuerte. Los dos habían sido seleccionados entre más de 2.000 candidatos. Yurita era una apasionada de las estrellas y el universo, desde pequeña soñaba con alcanzar Sarampión y descubrir de qué estaban hechas sus manchas rojas. Verso Fuerte había realizado ya más de 25 travesías por el espacio.
Después de tres meses de entrenamientos y ensayos técnicos, el 1 de junio de un año hace ya mucho, despegó el cohete Estrellato rumbo a Sarampión. Todo fue conforme a lo previsto y, en menos que canta un gallo, aterrizaron en la superficie del planeta.
¡Qué emoción!, ¡qué día para la historia¡, no podían esperar más para abrir las compuertas. Rápidamente se pusieron sus trajes de astronauta, con oxígeno y casco de cristal incluido, y ahora sí, le dieron al botón de Abrir Puertas.
¡Ooohhh! Ante ellos se abría un paisaje de cremoso beige con enormes y rojos charcos de lo que parecía un líquido pegajoso. A pasos de astronauta, que, aunque muy importantes para la humanidad, son, la verdad, muy lentos, Yurita y Verso descendieron la escalera del cohete y pusieron sus pies en el suelo.
Su primera sorpresa, no era un suelo firme, sino que se trataba de una superficie inestable, blanda, como gelatinosa. Sus enormes botas de astronauta se hundían casi hasta los tobillos. ¡Uy, qué pringue!, pensó Verso, pero siguió caminando para alcanzar el primer agujero rojo que se veía. Yurita, que ya había llegado porque era muy impaciente, comprobó que no se trataba de agua roja, coloreada por algún óxido, tal y como sugería una de las teorías científicas, sino que parecía una sustancia espesa y de brillante color rojo.
Pero ¿qué es esto? pensaron los dos a la vez, pero, si parece, parece,.. ¡no, no, no puede ser, no puede ser!. Pero el caso es que parece… ¡¡¡tarta de queso con mermelada de fresa!!!
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Nuestros experimentados astronautas fueron hechizados por Sarampión y sin pensarlo dos veces, se quitaron su casco de vidrio y empezaron a zampar crema de queso y mermelada de fresa. Menos mal que en Sarampión también se respiraba oxígeno, que si no…
Ya con el estómago saciado, continuaron haciendo su trabajo, recogieron muestras de los dos materiales increíbles que habían descubierto y volvieron a subir a la nave. En seguida conectaron con el centro de control en La Tierra y explicaron la maravillosa sorpresa que escondía Sarampión. Bueno, en realidad, no lo contaron todo, omitieron el festín de tarta de queso con mermelada de fresa que habían disfrutado, porque les daba mucha vergüenza.
Antes de regresar, llenaron el cohete con toda la crema de queso y mermelada que pudieron. El sabor de aquella mezcla era especial, tenías que comerlo, no podías resistirte. Y eso es exactamente lo que ocurrió.
Los primeros en probarlo fueron los científicos y, en cuanto se demostró que no era tóxico, quisieron probarlo los políticos. Después, se filtró a los periodistas, que empezaron a contar miles de historias diferentes sobre el poder curativo de los nuevos materiales planetarios. Y claro, hubo que organizar más viajes a Sarampión para conseguir masivos acopios de tarta de queso con fresa.
El mundo se volvió adicto a esa nueva sustancia bicolor. Los viajes se hacían ya desde todas las partes del mundo. La investigación astronómica se centró únicamente en cómo conseguir naves más rápidas y con más capacidad de almacenaje para llegar a Sarampión y traerse un pedacito de pastel.
Pero, como casi siempre en este planeta, las cosas se hicieron sin medir los resultados y las consecuencias y, en menos de un año, Sarampión quedó reducido a la mitad de su tamaño. A nadie le importó, todos en el primer mundo querían tener en su mesa a la hora del postre un trocito del planeta de fresa…
Por fin, cuando ya fue demasiado tarde, alguien dijo mirando al cielo: ¿dónde está Sarampión? y, efectivamente, el cohete que acababa de despegar rumbo al planeta comestible ya no lo había podido encontrar. Nadie sabe quién se llevó el último trozo del pastel, pero eso es lo de menos, La Tierra había devorado a su vecino más cercano.
Los científicos, los políticos, los periodistas se daban cuenta ahora de la gravedad de ese acto de canibalismo y, por vergüenza, llegaron a un pacto: ocultar todo lo que había ocurrido a las generaciones futuras. Se destruyeron documentos, cohetes-furgoneta de reparto, fotografías, vídeos, recetas, etc. Como si Sarampión nunca hubiera existido.
Es por eso que Sarampión no aparece en tu libro de Ciencias Naturales. Se ha olvidado todo aquel suceso y parece que no se aprendió nada del tremendo error. O, si no, que nos expliquen qué es lo que está pasando con la Selva Amazónica.
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